Este post inicia una serie dedicada a revisar en profundidad la literatura de ciencia ficción. Iré recopilando aquí los enlaces al resto de artículos:
Siete clásicos de la ciencia ficción que debes leer
¿Crees que realmente sabes qué es la ciencia ficción?
¿Por qué literatura de ciencia ficción?
Me pregunto por qué me interesa la literatura de ciencia ficción, si lo que he publicado ha sido poesía, y los relatos que escribo transitan, sin demasiado interés por clasificarse, entre el realismo y la fantasía.
También me pregunto por qué entre los adultos superdotados existe una tendencia a disfrutar de este género. Puede ser sesgo, pero en Mensa España existen dos o tres grupos de interés dedicados a la ciencia ficción, otros tantos a la literatura fantástica, y solo un club de lectura generalista. Me temo que en ese club de lectura me costaría encontrar a alguien que disfrute con el siglo XIX ruso, o la poesía de la generación del 50. Puedo probar, romper el hielo como en «Amanece, que no es poco»:
« —Que quería yo hablarle de Dostoievski.
—Ah, pues muy bien, encantada. Ahora mismo bajo».
Algo así.
Por cierto, en una entrevista de trabajo contesté que entre mis hobbies estaba leer. Me preguntaron qué leía. Entre contestar que aquello no era de su incumbencia o pensar qué estaba leyendo en el momento, hice lo segundo (en un alarde de habilidad social). Tolstoi. El realismo ruso y el realismo mágico (porque recordé que acababa de terminar «Cien años de soledad» y aquello igual se adaptaba mejor a la expectativa). Me miraron raro y calificaron aquello como muy aburrido.
Me contrataron. Contratado sí, pero miradita, también.
A lo que iba. Mensa, la ciencia ficción: aún asumiendo que ¡guate! ¡aquí hay un sesgo!, parece razonable pensar que, en lo que los anglosajones llaman ficción especulativa (y nosotros no, y en cierto modo va contra la economía verbal), hay algo que llama la atención, sea cual sea el prestigio literario que la academia o el canon le conceda.
¿Qué será?
(Breve) Historia de la literatura de ciencia ficción
Antecedentes de la ciencia ficción
Existe una tradición de obras que han jugado con la idea de los viajes a la luna u otros mundos. El ejemplo más antiguo sería el de Luciano de Samosata con su «Historia verdadera», donde un trirreme griego, tras navegar más allá de las columnas de Hércules, es «aspirado» por un torbellino y transportado a la Luna. Una sátira contra los historiadores griegos que contaban historias míticas como si fueran verídicas.
En este grupo de la proto-ciencia ficción podría ubicarse también el moralismo utopista de Thomas Moore, Francis Bacon, etc, a los que podríamos considerar influencia tanto de utopistas en el siglo XIX como de las distopías de Zamiatin, Orwell o Huxley. Eso de la ficción distópica te lo contaba aquí.
También debo nombrar «Somnium» como precursora, escrita nada menos que por Johannes Kepler, ya que Asimov y Sagan la consideraron como la primera obra de la ciencia ficción.
Tampoco quiero dejarme otro «Somnium», pero este escrito un siglo antes por Juan Maldonado, un clérigo de Burgos discípulo de Juan de Nebrija. En él se relata cómo en una noche burgalesa, cuando el autor se dispone a observar el paso de un cometa, es visitado por una difunta, que lo lleva más allá del horizonte, a la Luna y Mercurio, y lo devuelve a la Tierra, donde descubre una sociedad utópica, en riesgo por la llegada de conquistadores españoles.
En realidad puede que falte carácter científico, y hasta el s. XIX no podamos hablar propiamente de ciencia ficción.
Orígenes de la ciencia ficción
La ciencia ficción tiene una madre, y esta es Mary Shelley. Con «Frankenstein o el moderno Prometeo» (1818) se inicia oficialmente el género. Aquí ya aparece una característica habitual del género, la preocupación por los avances tecnológicos. En este caso, claro, la electricidad.
Puede incluirse también a Edgar Allan Poe, que en alguno de sus trabajos incluye descripciones técnicas detalladas. Pero ya en la segunda mitad del siglo XIX hay que nombrar a Julio Verne, con lo que él llamaba «Novelas de la ciencia». Todos hemos oído mencionar «Cinco semanas en globo» y «Viaje al centro de la tierra» (1863), «De la tierra a la Luna» (1865), «Veinte mil leguas de viaje submarino» (1870) y «La vuelta al mundo en ochenta días» (1873) entre muchas otras.
Pero si Shelley es la madre, H.G. Wells es el padre. Wells metió la producción de Julio Verne en una Thermomix, la trituró, cocinó y le dio bien de vueltas, para traer como resultado los tópicos de la ciencia ficción moderna, a la que estamos acostumbrados.
El viaje temporal en «La máquina del tiempo» (1895), la manipulación genética en «La isla del Dr. Moreau» (1896), la deshumanización de la ciencia en «El hombre invisible» (1897). Sigue con «La guerra de los mundos» (1898) y «Los primeros hombres en la Luna» (1901). Todas estas obras además no se centran en la «anécdota» pseudocientífica, sino que cargan una notable crítica social, un mordaz análisis cultural de su propia época.
El auge del siglo XX: la edad de oro
Uno de los sospechosos de llevarse el género a Estados Unidos es un inmigrante luxemburgués, Hugo Gernsback. Gernsback fue editor de innumerables revistas de relatos, y su criterio fue el que marcó el rumbo del género en Estados Unidos. Se le reconoce como «inventor» del género, y el premio más importante de la literatura de ciencia ficción lleva su nombre.
De la década de los 30 en adelante, la producción de revistas fue incesante. Estas se editaban en un papel característico, «pulp» en inglés, que dio nombre a todo un subgénero y subcultura. Y a la película de Tarantino.
En la década de los 30 aparecen también los distópicos: George Orwell, Aldous Huxley, Ray Bradbury. Que como ya dije, bebían con mayor o menor disimulo, del «Nosotros» de Zamiatin. O títulos importantes de autores como H.P. Lovecraft y Olaf Stapledon.
La edad de oro, que transcurriría desde 1934 a 1963, también se atribuye al esfuerzo de un editor, John W. Campbell y a revistas como «Amazing Stories» y «Astounding Stories». En estas revistas fueron apareciendo relatos de nombres como los de Robert Heinlein, Isaac Asimov o Alfred Elton van Vogt.
De entre todos ellos y para no extenderme demasiado, destacan tres autores como los principales: Robert Heinlein con «Tropas del espacio» y «La Luna es una cruel amante», Isaac Asimov con «Yo, robot» o «Fundación» y Arthur C. Clarke con «El centinela», «Cita con Rama», «El fin de la infancia» y «2001: una odisea en el espacio».
Estas obras cimentan la relación entre ciencia ficción y tecnología, con constantes viajes espaciales, robots inteligentes y extraterrestres avanzados.
A finales de los 60 y durante los 70, llegan nuevos nombres, lo que se conoce como «la nueva ola». Aquí el futurismo literario busca también una conexión interior, se cuestiona la identidad y la moral, haciendo que el género sea más profundo y maduro. Entre otros, destaco aquí a autores como Philip K. Dick y Ursula K. Le Guin.
Lo dejo aquí, aunque pronto habrá más post para hablar de la historia de la ciencia ficción.
Características de la literatura de ciencia ficción
Futurismo y especulación científica
Una característica primordial de la ciencia ficción es que se plantea, a menudo, escenarios futuristas, preguntándose cómo nos afectan, como humanos, los avances tecnológicos necesarios para llegar allí.
A partir del avance de una tecnología concreta, se busca observar el impacto social. Son comunes los juegos «utópicos», donde lo que a priori es un deseo de la humanidad, se convierte en una pesadilla.
Lo que es importante también aquí es que ese avance tecnológico, más o menos justificado, tenga un margen claro en cuanto a su cambio de las leyes de la física conocidas. Es decir, no hablamos de magia, sino de la capacidad de hacer algo que, en el momento de la escritura, aún no puede hacerse. Pero el resto sigue respetando la física conocida. No se trata de magia como en la literatura fantástica.
En «1984» de Orwell, o en «Fahrenheit 451» de Bradbury, lo que han avanzado son los medios de control, llevando a sociedades totalitarias.
Mundos alternativos y viajes espaciales
Esta especulación científica suele realizarse sobre un lugar concreto de dimensiones galácticas. Mientras que la ficción distópica no suele despegarse en exceso de la Tierra, los universos alternativos e imperios galácticos forman parte de gran cantidad de obras.
La Tierra puede seguir presente como planeta de origen de la humanidad, o su presencia se puede haber diluido completamente, sin poder discernir si estamos hablando de un futuro indeterminado de este universo, o directamente de otro.
En la serie de Hainish, de Ursula K. Le Guin, la Tierra aparece nombrada en algún libro (no en todos), como otro de los muchos planetas en los que viven humanos. En «Dune» el protagonista es un planeta lejano de un universo alternativo, mientras que en «Fundación» parece claro que el Imperio Galáctico está ubicado en nuestra propia galaxia.
Exploración de la condición humana
Especulación científica, futuro, mundos alternativos y viajes espaciales no son simples anécdotas. La ciencia ficción busca una trascendencia, como toda la literatura que pretende algo más que entretener.
Plantear avances tecnológicos sirve como fórmula para reflexionar sobre el concepto de lo humano. Excusa para plantear dilemas morales. Y laboratorio donde simular las implicaciones sociales de la tecnología.
En este sentido, la obra de Philip K. Dick, que una y otra vez se cuestiona la identidad, o «Neuromante» de William Gibson son claros ejemplos.
Subgéneros de la ciencia ficción
Ciencia ficción dura y blanda (Hard y Soft)
Esta es una de las primeras segregaciones que suelen efectuarse dentro de la ciencia ficción. Como sucede con todas las etiquetas y límites, las diferencias no están del todo claras, y además en algún caso son totalmente arbitrarias.
Sin embargo, a grandes rasgos, puede decirse que la ciencia ficción dura concede especial relevancia a los detalles científicos y técnicos de la narración, cuidando el detalle y los conocimientos físicos.
Por su parte, en la ciencia ficción blanda estos detalles pierden relevancia, en favor de una mayor libertad creativa y, sobre todo, de estilo. Y aquí está, para mí, la clave.
No es tanto que la ciencia ficción blanda carezca de rigor científico, sino que busca una fórmula de expresión más literaria, lírica en algunos casos. Si de verdad abandonase los criterios físicos, entraría en el terreno de la fantasía. Pero no se trata de eso.
Yendo a los extremos para verlo claro, como abanderado de la ciencia ficción dura está Arthur C. Clarke, y en la blanda, Bradbury o Le Guin.
Ciencia ficción distópica
Sobre este subgénero hablaba aquí. En la ficción distópica, se busca plantear un futuro opresivo y totalitario, al que se llega a través del triunfo de alguna corriente ideológica o moral presente y pujante en el momento contemporáneo de la escritura.
Este subgénero iniciado por Evgeni Zamiatin con «Nosotros», al que siguieron grandes obras como «1984», «Un mundo feliz» o «Fahrenheit 451», sigue vigente con adaptaciones televisivas como «El cuento de la criada» de Margaret Atwood o la serie «Black Mirror».
Cyberpunk
En la década de los ochenta, primeros noventa, surge este subgénero que mezcla alta tecnología con sociedades corruptas y decadentes, al más puro estilo distópico.
Historias de hackers, de inteligencias artificiales y grandes corporaciones en mundos oscuros, donde se han implantado gobiernos opresivos, deformes, mafias, etc.
Avances tecnológicos fallidos, teniendo en cuenta que no consiguen llevar a las personas hacia una vida mejor.
Aquí se ubicaría «Neuromante», pero también «Blade Runner» (o la novela en la que se basa: «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?») o la serie «Mr. Robot». Y «Matrix», claro.
Otros subgéneros
Además de estos, hay innumerables subgéneros más, que pueden considerarse independientes o colgar de alguno de los anteriores.
La ficción utópica, como reverso de la ficción distópica.
La ucronía, o historia alternativa, cambiando hechos concretos dentro de la historia real («El hombre en el castillo»).
La ficción postapocalíptica, como una suerte de distopía a la que se llega, no por un avance social que se vuelve negativo, sino por la destrucción casi total de la sociedad.
Steampunk, que sería como el cyberpunk pero cambiando la informática por la tecnología de vapor. Mezcla de sociedad futura con revolución industrial.
Y con esto los diversos punks: dieselpunk, solparpunk, ecopunk…
La influencia cultural de la ciencia ficción
El impacto en la tecnología y la sociedad
Es curioso ver cómo la ciencia ficción se ha adelantado a los propios avances tecnológicos reales.
La telefonía móvil, las videollamadas, la inteligencia artificial, los viajes espaciales. La omnipresencia de Gran Hermano. Las cámaras de vigilancia en la calle.
Puede ser un camino interesante el de investigar qué futuros planteados en la ciencia ficción han tenido su resultado en los avances posteriores. En este sentido, el libro de Rodrigo Quian Quiroga «Cosas que nunca creeríais» es un interesante punto de partida.
El reflejo de los miedos y los deseos
La literatura siempre acaba por hablar de lo mismo: sobre nosotros, nuestra posición en el mundo, nuestros anhelos y temores.
La literatura de ciencia ficción no es distinta en este aspecto.
Desde los miedos sociales, políticos a los más físicos como que venga una especie super avanzada sin empatía alguna a destrozarte la vida. O que alguien se pueda enamorar de un chat gpt.
Anhelamos conocer el espacio porque somos curiosos hasta el infinito, pero tememos qué puede haber allí escondido. Que se lo digan a la teniente Ripley.
Papá, ¿por qué leemos ciencia ficción?
Desarrollo de la imaginación y la creatividad
Llevar más allá de lo conocido las fronteras del escenario creativo, implica necesariamente un estímulo mental, un espacio libre de ataduras sobre el que plasmar cualquier idea.
La ciencia ficción desinhibe el proceso creativo, a la par que nos invita a conocer y aprender, pues no se apoya totalmente en la mera especulación. Plantearse cosas nuevas ayuda además a abrir la mente, ser receptivos a nuevas ideas o posibilidades.
Todo esto además es liberador cuando necesitamos crear. Se multiplican las posibilidades. Además, para aquellos que disfrutan desentrañando patrones, o imaginado situaciones posibles, utópicas o no, llevar estas ideas al límite y explorar todas sus posibles consecuencias, resulta un ejercicio apasionante.
Reflexión sobre el futuro
Es obvio. Puedes utilizar la ciencia ficción para pensar cómo será el futuro. Pero no tanto en un ejercicio aislado, sino como una forma de interpretar y gestionar el presente. De ver cómo los pequeños actos, o las tareas que hoy no parecen tener demasiada utilidad, pueden ser herramientas indispensables en la creación de un futuro.
Y como este puede tomar diversas formas, en función de las decisiones que se están tomando aquí y ahora. Lo más importante que construyen las personas es el futuro, y eso lo hacen ahora.
Ciencia ficción: ante el espejo de nuestro ser
En resumen, creo que la ciencia ficción nos atrae porque nos permite mirarnos ante un espejo completo. Podemos observar en él lo que queramos saber sobre nosotros. Exterior e interior, todo está allí.
Podemos crear sin apenas fronteras. Podemos preguntarnos lo que sea, sin miedo a las consecuencias. No estamos pervirtiendo la historia, ni falseando el pasado.
Podemos crear mundos, individuos, sociedades, parentescos, lenguajes y sistemas religiosos. Redes de comercio, imperios, tragedias y héroes.
Nos proyectamos sobre una hipótesis, y jugamos a ver su respuesta sobre nosotros.
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